24.8.07

Sonrisas


Aquí estoy nuevamente, los extrañé!! gracias por vuestros mensajes.

Tuve la suerte de encontrar dos grupos de payasos fenomenales y de ser integrada en ambos.

Un grupo se llama POP (Pequeña Orquesta de Payasos). El otro Hospisonrisas.

Ayer hice mi primera experiencia como payasa de hospital, se cumplían 20 años del Hospital Nacional de Pediatría Garraham, y nos invitaron a participar de los festejos.

Visitamos a un montón de chicos internados jugando ,cantando , payaseando. Una experiencia de puro amor.

Hacía rato que no trabajaba con niños y recordé cuan hermosos son y lo feliz que me hacen...

Así que alegrías a granel!!

13.8.07

Impase



Buscando una persiana en flickr encontré está.

Y es que no puedo evitarlo (aún para anunciar un impase , está vez no por falta de creatividad sino por que estoy trabajando para concretarla allá afuera), elijo esta "discreta" y roja persiana americana.

Volveré.... con novedadesssss.

Sean felices!!


2.8.07

Pequeño hermano



Me encantó , así que quise compartirlo con Uds.

TRANSMISION IDEOLOGICA EN UN POPULAR PROGRAMA DE TELE

Pequeño Hermano

"Todas las semanas, millones de personas toman partido para excluir a
alguien", advierte el autor: son los espectadores de Gran Hermano, que, así,
serían llevados a "identificarse con el modelo de exclusión social
imperante".

Por Cesar Hazaki *

El programa de televisión Gran Hermano -exitoso en gran parte del mundo-
gira en torno del eje inclusión/exclusión: los participantes son votados
para quedar o salir expulsados. El formato se ha extendido a otros programas
como Cuestión de peso, donde los participantes deben adelgazar semana a
semana y el que no cumple queda afuera, en otros donde se trata de conseguir
pareja o de bailar en busca de un sueño del que casi todos quedarán
excluidos. En el orbe, semana a semana, en eventos televisivos, millones de
personas toman partido para excluir a alguien. Lo notable es que el eje
inclusión/exclusión propugna una identificación con el modelo social
imperante.
Suele insistirse en que el discurso político ha decaído, que ya no produce
efectos aglutinantes, apasionados en los ciudadanos; que hay un divorcio
entre la población y la política. Sin embargo, la aceptación de la ideología
predominante no se establece sólo de manera directa: muchas veces las
propuestas mediáticas, sobre todo esas que hacen estallar pasiones masivas,
hablan para y por los poderosos. Nos hacen ver lo que necesitan imponer en
el día a día en la cultura del sometimiento.
Los exitosos Gran Hermano, con su eje en el par inclusión/exclusión, ponen
en evidencia el darwinismo social con el que el poder procura someter a los
excluidos y amenazar a los incluidos. El modelo social se hace
entretenimiento masivo. Este proyecto de supervivencia del más apto abreva
en las ideas de Malthus y Herbert Spencer, quien, en el siglo XIX, sostuvo:
"Me limito a desarrollar las opiniones del señor Darwin relacionadas con la
raza humana. Sólo aquellos que progresan llegan finalmente a sobrevivir y
son los seleccionados de su generación". Una clara división entre winners y
losers, que establece como premio la inclusión social para los primeros y la
desaparición de la vida comunitaria para los segundos.
¿Qué hace el público cuando asume un rol protagónico en la exclusión, cuando
decide que una persona debe ser expulsada? Por de pronto, su "voto" lo
constituye como consumidor: él debe pagar por su elección. En su
subjetividad, se dan identificaciones que lo llevan a ser parte del
proyecto. En éste, hay un adentro y un afuera. Y el consumidor-votante actúa
con pasión: "Vos quedás afuera y yo, entre muchos miles, lo decido". Pero el
que quede afuera estará allí por sus propias dificultades o limitaciones. El
drama de la exclusión social se transforma así en una ordalía, una aventura:
cada participante podría torcer ese destino si acertara con las actitudes
adaptativas correctas. La transparencia de la exclusión mediática solicita
explicar en forma exhaustiva, sesuda, las razones, los pecados que cometió
el que queda afuera. Se lo echa porque no merece estar en esa comunidad. Es
un inadaptado social, un perdedor.
En los noventa, el neoliberalismo necesitaba una ciudadanía que aceptara el
desguazamiento del Estado y los índices de desocupación en alarmante aumento
que vendrían. Se trataba de preparar a los ciudadanos para que no se
indignaran ante la desigualdad creciente. El miedo a la desocupación fue el
eje del sometimiento social. La televisión aportó lo suyo. Mientras los
padres eran ganados por Grondona y Neustadt, hubo una propuesta dirigida
especialmente a los jóvenes: los bloopers -también una moda mundial
entonces-. Se trataba de disfrutar con un humor que sólo era una expansión
sin límite del sadismo dirigido contra el débil. Para el poder era necesario
un tipo de humor que reiteraba la celada a un inocente, un castigo que la
víctima no sabía por qué debía recibir; y la traición era realizada por
amigos. Había un correlato entre ese espectáculo y el proceso neoliberal que
propugnaba la ruptura de todo tipo de lazo solidario para realizar, sin
costo, la exclusión social que el capitalismo necesitaba. Si durante la
dictadura militar, la fórmula que sintonizaba con el poder era "Algo habrán
hecho", ahora "Es una jodita para Tinelli": se trataba de reírse de la
desgracia ajena. Aquella frase paradigmática justificaba la crueldad más
terrible, dirigida hacia una sola persona y que contenía en sí los
estereotipos del machismo. Con ese plafond, el menemismo completó el trabajo
que la dictadura había dejado sin terminar.
Las transformaciones tecnológicas permitieron que los espectadores hayan
dejado atrás la pasividad ante la pantalla que dominaba la inicial cultura
televisiva. Hoy la velocidad e inmediatez de la comunicación necesita que el
espectador sea un actor (de reparto) imprescindible en los medios. Pero las
políticas de seducción que desarrollan los medios hacen jugar, en el
entretenimiento, fenómenos masivos que son parte de las políticas
neoliberales.

Gala de exclusión social
Tomemos por caso la "velada de gala" de Gran Hermano: históricamente, se
trató de un tipo de reunión de las clases dominantes; retrotrae a lugares
exclusivos y de selectivo acceso. Smoking, frac, vestidos largos; brillo y
riqueza. La fiesta era a puertas cerradas, y el pueblo, "la chusma", sólo
podía ver entrar o salir a los elegidos, comentar quién venía con quién,
admirar sus joyas, tomar partido por alguno, rechazar a otro. Recogiendo esa
tradición aristocrática, la partida de uno de los participantes se concreta
en una "velada de gala". El televidente que, por teléfono o por mail,
excluye a alguien, se cree un partícipe más de la velada de gala. Así el
proceso de identificación ha realizado todo el camino que el poder requiere.
El televidente ha sido cooptado por la ideología del poderoso. Al votar (con
más pasión que en una elección de diputados), está identificada con un
modelo que banaliza la exclusión social. Por vía del entretenimiento, se ha
identificado con el agresor. La seducción del poderoso ya está en sus deseos
y en sus actos. Acepta las reglas del juego, que lo llevan a aceptar y
banalizar la injusticia social. Este circuito subjetivo va sumando
voluntades para que la sociedad civil se incline hacia la aceptación
creciente de la resignación.
Dado el contexto mundial de segregación, superpoblación y desempleo
creciente, ¿por qué muchas sociedades que, en otros momentos históricos,
rechazaron la injusticia y la exclusión, hoy asumen estos costos sociales
sin mayor dificultad? Christophe Dejours, en La banalización de la
injusticia social (ed. Topía), dice: "En 1980, frente a la creciente crisis
del empleo, los analistas políticos franceses preveían que el número de
desocupados no podría tolerar un índice del 4 por ciento de la población
económicamente activa sin que surgiese una crisis política de envergadura,
con disturbios sociales y movimientos de carácter insurreccional capaces de
desestabilizar al Estado y la sociedad en su conjunto. Ocurría, en esos
años, lo mismo en Japón: los analistas políticos preveían que la sociedad
japonesa no podría asimilar, ni política ni socialmente, una tasa de
desempleo superior al 4 por ciento. Los franceses, como la mayoría de las
sociedades del denominado Primer Mundo, pueden soportar hoy sin graves
conflictos un 13 por ciento o más de su población desocupada". Sigue
Dejours: "Hay en Francia un cambio cualitativo de la sociedad en su conjunto
que implica una atenuación de las reacciones de indignación, cólera y la
justicia. Atenuación paralela al surgimiento de reacciones de reserva, duda
y perplejidad o franca indiferencia, junto con una tolerancia colectiva a la
inacción y una resignación frente a la injusticia y al sufrimiento del otro".
Parafraseando a Dejours, podemos decir que esos programas son una
preparación psicológica para soportar la infelicidad y colaboran en anular
cualquier acción contestaria. Jugar a ser verdugo del que se ganó su
ejecución es incorporarse a la banalización del mal, eje de las políticas
del darwinismo social; es agregarse a los que resuelven sin dolor ni
indignación cuánta gente debe quedar afuera de la distribución de bienes
materiales y simbólicos. Las audiencias, al votar en la velada de gala,
actúan las razones del exterminio. Claro que, para el poder, la mayoría de
los televidentes son tan prescindibles como los expulsados.
* Extractado del artículo "La ordalía mediática de la exclusión", que
aparecerá en el próximo número de la revista Topía. Psicoanálisis, sociedad
y cultura.
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